Consecuencias de la educación sin límites

Llevo todo el verano leyendo noticias, hablando con madres y soportando comentarios de primera mano que me han motivado al fin a escribir este post.

Últimamente me estoy dando cuenta de que los niños molestan. Da igual cómo sean ni cómo estén educados. De primeras, ante la visión de un grupo de niños, la reacción de muchos adultos es alejarse. Como madre respetuosa de lo mío y de los demás, muy fan de no molestar al vecino (de casa, de viaje, de la playa…), le he estado dando muchas vueltas a las injusticias. Ejemplos:

  • Renfe ha puesto un vagón libre de niños, dicen. No, no es que sea libre de niños: es un vagón silencioso. Es decir, un vagón donde no se puede hablar, ni adultos ni niños. A pesar de ello, son muchos los adultos que no cumplen con las normas y van de charleta. Si se me ocurriera entrar ahí con un niño, me echarían a patadas. Porque él sí que molesta, ya se sabe…
  • En un restaurante hay un grupo de adultos que canta, ríe a carcajadas y básicamente está de cachondeo. A menudo los miramos con una sonrisa empática, nos unimos a sus canciones y les dejamos hacer. Son ruidosos pero ya se sabe, son muchos… Si fuera una mesa de niños, varios comensales se habrían quejado a los camareros o a los propios padres.

La verdad es que después de hablarlo mucho, me hago una idea de por qué está pasando esto. Por qué «molestan» tanto los niños. Es un pez que se muerde la cola:

Cuando tu libertad toca la mía

Todos sabemos cómo fuimos criados de pequeños. Con castigos severos, algún que otro cachete, con una educación restrictiva y con el miedo como arma. Sin duda era una forma muy autoritaria que ya no se usa prácticamente. Nos querían con locura pero se nos atendía lo justo, se nos escuchaba lo justo. No eramos el centro de atención de la casa, vivíamos en ella como uno más.

Ahora, cuando los niños hemos sido padres, hemos buscado otra forma de educación más acorde al momento. Tenemos acceso a más tendencias educativas y a más información y con ello, criamos a niños libres, niños escuchados, niños atendidos. Pero creo que muchos padres se han pasado. Tanta presión social para que los padres respeten más a sus hijos ha derivado en que ellos manden en casa.

Nuestra vida gira entorno a los niños. Nuestros planes dependen de los niños. «Hay» que escuchar todas sus necesidades, atenderlos continuamente, protegerlos de los mil peligros (reales o imaginarios), luchar para que no se frustren, darles la máxima autoestima, 3 idiomas… Les damos tiempo para que hagan todas las cosas a su ritmo, lo que quieran cuando quieran. Nuestra casa la reinan los niños y no ponemos límites para que puedan experimentar y «ser niños». ¿Os suena?

Todo esto puede funcionar muy bien en casa, en una pradera solo para ellos. Pero cuando estos niños tan ultra-escuchados y sin límites se tienen que rodear de otras personas (niños o adultos), surgen los problemas. Siguen haciendo lo que quieren, cuando les apetece, sin tener en cuenta el vecino, el compañero de clase, el profesor, el comensal de al lado. No hace falta que ponga ejemplos concretos, nos hacemos todos una idea.

Los adultos tenemos tendencia a generalizar. Vemos a un niño liante y ya pensamos que todos lo son. Con ello, se empieza a crear la oleada de «los niños molestan» y los negocios y servicios, que buscan la forma de satisfacer a sus clientes, empiezan a crear espacios solo para niños. Como molestan, los segregamos.

Y como están separados de los adultos, en espacios solo para niños, los padres nos relajamos más aún. «Allí no pueden molestar mucho, que hagan lo que quieran». Menos límites, ¡que ya no hacen falta!

Y así nos va. Niños educados sin límites, sin unos mínimos de educación en sociedad y adultos poco comprensivos, con poca paciencia, que quieren a los niños lo más lejos posible. Y no solo eso. Todos ellos piensan que los niños necesitan una educación más firme, más autoritaria, por parte de sus padres.

¿Cómo paramos esto? Hemos entrado en un bucle muy feo. ¿No sería mejor, como padres, «atar más corto» a los niños y que los «no-padres» tengan más paciencia con los niños en los espacios públicos? ¿Os parece algo alcanzable?