Hace ya unos años me dijo un jefe que tuve: «Esto de trabajar fuera de casa para ser independientes ha sido una trampa que os han colado a las mujeres». De primeras me quedé parada, pensando en lo machista que era el comentario. Pero seguimos hablando un buen rato (era un pedazo jefe, la verdad) y acabé dándole la razón.
Todas sabemos cómo era nuestra situación hace unos años. Cuidado de esposo, del hogar, crianza, costura, cocina… todas la tareas que permitieran seguir con el estilo de vida marcado y que permitieran al marido tener una vida cómoda. Con mucho sudor, conseguimos nosotras también empezar a trabajar y ganar un dinero para ser «independientes» y para realizarnos profesionalmente. Hasta aquí tiene todo el sentido del mundo. ¿Por qué una mujer, solo por tener los cromosomas XX, debía doblarse ante su marido y criar a toda la prole, sin opción a elegir?
Yo, como muchas de vosotras, no me siento 100% realizada con la maternidad. Me gusta, obviamente, pero necesito otras partes en mi vida para ser completamente feliz. Este cambio del rol de la mujer supone la posibilidad de poder buscar lo que me inspira, tener alternativas, y luchar por mi futuro.
Pero, ¿es todo una trampa?. Hace ya tiempo que se habla del «Sindrome del Burnout de madres», o «madres quemadas» y yo me pregunto hasta qué punto es culpa nuestra o es la sociedad. No es rara esta expresión teniendo en cuenta la cantidad de cosas que pasan por la cabeza de una madre: comidas, ropa, horario familias, controles médicos, tareas del colegio, compras anticipadas a regalos, planificación de viajes… más lo que requiera el trabajo, claro.
Desde que te levantas ya estás pensando qué ropa poner a los niños en función de si tienen gimnasio o no en el cole. Pones a lavar las sábanas porque hoy no lloverá y se secarán rápido. Al mayor le toca desayunar fruta, que ayer le di nocilla. Dile a la profe que hoy le recoges antes, que le toca vacuna. En el metro, busca ideas en Pinterest para hacer un dragón de cartón. En la hora del desayuno escápate a una tienda a comprar unas mallas blancas para el disfraz de la niña. Recibes un whatsapp para que recojas al hijo de una amiga, que está mala. Trabaja rápido que si no no llegas a la vacuna. Calma al niño rápido porque toca volver al cole a por los otros, más el amigo. Dale a la profe las mallas blancas. Vaya, ¿que ha mordido a un amigo? Luego lo hablo en casa. Tiende las sábanas antes de que huelan mal. Anda, es día 2, ¡debes pagar ya la factura!… No exagero, con este ritmo va la cabeza de una madre.
Hay días que creo morir, agotada a más no poder, y mi pareja me anima a que salga, que me despeje con las amigas. Y aquí algunas ya estáis riendo porque sabéis lo complicado que es quedar con otras mamás. Todo empieza con un «chicas, SOS ¿quién se anima a unos vinitos?». Todas decimos Yooooooooo, pero luego sigue un chat interminable que aplaza la quedada dos meses más allá. ¿Dos meses? ¡Pero si nos íbamos a tomar unos vinos! Así nos va, que cuando por fin podemos quedar, parece que somos niños locos en una tienda de chuches 🙂
Por el contrario, los hombres son más sencillos. «Blanca, hoy he quedado con los chicos. No me esperes para cenar». Así, fácil. No piensa en si los niños tienen deberes, si hay que hacer un disfraz de nube para el jueves, o si hay algo para desayunar mañana. ¿Se lo tenemos que reprochar? ¿O deberíamos ser así nosotras también?
De repente, el hecho de tener trabajo fuera de casa, se vuelve una carga más que una ventaja. Hemos cogido la parte positiva que tiene el hombre de salir de casa para realizarse profesionalmente, pero no nos hemos quitado de encima las tareas que hacían nuestras antepasadas. No queremos ser superwoman, pero el maratón mental y físico diario nos pasa factura.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Está en nuestras manos cambiar este tsunami en el que nos hemos metido? ¿Si nos relajamos como ellos, explotará el mundo? 🙂
¿Entrar en el mercado laboral nos ha liberado, o es un castigo?